El
Estado del Antiguo Régimen. Monarquía absoluta.
La primera
referencia histórica del Estado es el Estado absolutista. Este
tipo de Estado aparecería geográficamente en Europa
a partir de los siglos XV XVI y llegaría, de manera general,
hasta finales del siglo XVIII y principios del xix. Se caracteriza
por ser una respuesta a la fragmentación y policentrismo del
poder político medieval, sustentado por fuertes monarquías
territoriales que someten y aglutinan en su entorno a la anti¬gua
organización feudal de la Edad Media. En sus antecedentes inmedia¬tos,
durante la Baja Edad Media, siglos XIV y XV, se asiste a un proceso
de reducción de la poliarquía medieval y a una concentración
de poder en manos de los príncipes. Las tradicionales relaciones
de vasallaje y servidumbre que habían sido características
del modelo feudal van dejando paso a otro tipo de relaciones, las
de monarca súbdito, unificán¬dose así un
tipo de relación que tradicionalmente había sido más
hete¬rogénea. En este proceso, los príncipes centralizan
bajo un modelo burocrático toda una serie de poderes que hasta
el momento habían esta¬do en manos de distintos señores
feudales: ejército, justicia, policía, administración
financiera, etc. La nobleza se constituye en el grupo social preeminente,
tanto por su peso en el ejército como por su peso político,
participando, tras las primeras guerras por el liderazgo, en la consolidación
del nuevo poder regio unificador y centralizado. Los monarcas consiguen
paulatinamente monopolizar la emisión de monedas y la mayor
parte de los impuestos. La figura 1, muestra cómo los procesos
de centralización y concentración impulsaron la configuración
del Estado moderno, a partir de los siglos XV y XVI.
El poder legitimador de los reyes, príncipes en el lenguaje
de la época, se fundamentaba en el iusnaturalismo, es decir,
en una mezcla de explicación teológica y natural: se
era rey tanto por poder divino como por la propia naturaleza de las
cosas. Dos de los teóricos más importan¬tes que
justificaron la supuesta supremacía de los reyes en ese proceso
de construcción y justificación del Estado absoluto
fueron Maquiavelo y Hobbes. Nicolás Maquiavelo puso en el concepto
de unidad una de las piezas clave para la construcción ideológica
del Estado absoluto. Para Maquiavelo el motor creador de un Estado
es el propio príncipe que con suficiente poder militar y económico
es el eje sobre el que vertebra la nación natural y el poder
político supremo. De tal manera que es el prín¬cipe
el único que debe monopolizar la fuerza y el Derecho. Particular¬mente,
sería la fuerza el último recurso necesario para mantener
el orden y la unidad del Estado absoluto. Consideraba que en el príncipe
deben concentrarse todos los poderes del Estado con el fin de asegurar
el orden para que la comunidad política pueda existir y vivir
en seguridad. El príncipe, para Maquiavelo, tiene jurídicamente
todo el poder constituyente, el poder de legislar y el de gobierno.
Por otro lado, Thomas Hob¬bes consideraba que los hombres están
en un estado de guerra permanen¬te con los demás. Carentes
de seguridad fisica, estimaba que los hombres pactaban una especie
de contrato abstracto en el que renunciaban a sus respectivos poderes
y se los atribuían todos a un tercero: al Príncipe que,
representando a la comunidad, detentaba el poder soberano del Estado
y que con la auctoritas tenía el derecho a ser obedecido en
todo.
Los importantes cambios económicos que se suceden con la expan¬sión
del comercio y con el descubrimiento de nuevas tierras en ultramar,
facilitarían, también, la consolidación de este
tipo de Estado. El ejército permanente y unificado tiende a
sustituir a los mercenarios. El Estado, concentrando el monopolio
de la fuerza, se convierte en un instrumento útil de aquel
capitalismo embrionario, inicialmente mercantilista y finan¬ciero,
en su proceso de acumulación. Los monarcas se ven en la necesi¬dad
de proteger la economía de sus reinos para competir con los
restan¬tes. Con frecuencia se ha visto el absolutismo como resultado
de un equilibrio entre las clases dominantes, aristocracia feudal
y burguesía mercantilista. En cualquier caso, manifiesta el
inicio de un ligero prota¬gonismo de la burguesía en la
esfera política que desencadenaría, siglos más
tarde, en un proceso revolucionario que acabaría con el Estado
absolutista.
El absolutismo, reforzado teóricamente con las aportaciones
de Ma¬quiavelo o Hobbes entre otros, fue la doctrina política
que pretendió jus¬tificar el Estado absoluto, en una palabra,
el derecho de los príncipes a concentrar en ellos mismos el
poder supremo de la comunidad, monopolizar el recurso al Derecho y
a organizar la vida militar, económica e incluso religiosa
de sus respectivos reinos.
El Estado absoluto, personificado por un mo¬narca legitimado por
el derecho divino, tuvo que controlar y reducir cuatro grandes resistencias
para afirmarse: la de la nobleza en sus comienzos, la de las ciudades
dominadas por oligarquías gremiales que gozaban de fueros especiales
y franquicias, la de muchas instituciones tradicionales que como la
Iglesia eran muy celosas de sus privilegios, y de los campesinos que
representaban la totalidad de la población. En este Estado
absoluto, caracterizado por la total ausencia de mecanismos de representación
política, más allá de ciertas corporaciones gremiales
en las ciudades, la burguesía mercantil sería la clase
más favorecida por el Estado gracias al régimen de monopolio
y explotación de las colonias y al proteccionismo del mercado
interno. Aun así, la bur¬guesía ciudadana quedaba,
en lo sustancial, marginada de los centros de decisión política.
La guerra fue, durante este proceso de construcción y consolidación
del Estado absoluto, una institución que galvanizaría
a la población en un sentimiento de identidad patriota. El
recurso a la guerra, frecuente durante estos siglos, pasaría
de ser una guerra entre reyes a ser guerra entre naciones. De tal
manera que los ciudadanos y campesinos, que
eran obligados a combatir y a sufrir las consecuencias de las guerras,
reforzaron cada vez más la necesidad de reclamar sus derechos
como servidores de la nación. En este enfrentamiento entre
el poder político de los monarcas absolutistas y las fuerzas
sociales, las viejas asambleas par¬lamentarias heredadas de la
Baja Edad Media, donde se reunían los diversos estamentos,
poderes locales y territoriales, constituyeron con el tiempo un elemento
limitativo del poder absoluto. Mientras que tradicio¬nalmente
las asambleas eran convocadas arbitrariamente por el rey para sondear
opinión y consejo sobre temas trascendentes para el reino,
más tarde tienden a independizarse del poder de convocatoria
real y exigir participar en las decisiones más trascendentales.
En este complejo y len¬to proceso, ya que cada reino tuvo su propia
evolución y su idiosincrasia, el Estado absoluto supone una
importante afirmación de la nueva maquinaria de organización
política, precisamente porque contribuye a superar la poliarquía
medieval y a aglutinar en un tejido económico social la identidad
nacional de la población. Con el tiempo, las clases marginadas
del proceso de decisión política absolutista, la burguesía,
el incipiente proletariado y el campesinado, generarían una
serie de revoluciones con el fin de derrocar el modelo absolutista
y reclamar para sí una serie de derechos y de protagonismo
en los procesos de decisión política.
El
Estado liberal
El cuestionamiento
sobre el absolutismo y su lentitud y dificultad para responder a las
demandas sociales, hicieron estallar una serie de revoluciones liberales
que derrocaron la preeminencia del Rey y del Estado absoluto. El Ancien
Régime basado en una escasa movilidad social y en una, por
tanto, rígida estructura de clases se manifestaba incompatible
con el dinamismo económico y social de las revoluciones industriales.
El impacto del siglo de las luces y, particularmente, su vertiente
racionalista, marcarían profundamente la concepción
liberal del Estado. Esta con¬cepción racionalista, junto
con la consolidación del capitalismo como modo predominante
de producción, serían dos de las características
estructurales del Estado liberal clásico.
El Estado liberal encuentra sus premisas empíricas en tres
acontecimientos históricos: en la revolución inglesa
del siglo XVII, en la revolución de las 13 colonias británicas
en Norteamérica y en la revolución francesa de 1789.Inglaterra
fue el primer país donde la nobleza se unió con la burguesía
para crear una clase influyente que limitaría la capacidad
de maniobra del rey y la posibilidad de este de imponerse al parlamento.
De esta forma, las cortes estamentales inglesas se transformaron paulatinamente
en un moderno parlamento con fuerte capacidad de influencia pero donde
sólo estaban representadas las clases sociales más altas.
A lo largo de este proceso de limitación del poder, el Estado
liberal desarrollaría una serie de elementos esenciales. Nos
referimos, por una parte, a la división de poderes, al reconocimiento
de una serie de derechos fundamentales del ciudadano y por otra parte
al imperio de la ley frente a la arbitrariedad del modelo absolutista.
En su vertiente política el Estado liberal se fundamenta en
la división de poderes como instrumento de limitación
del poder. Las primeras referencias teóricas de esta concepción
se hallan en Locke. Más tarde, Mostesquieu elaboraría
la clasificación tripartita que se ha mantenido en el tiempo
y es la piedra angular de la democracia representativa: el poder legislativo,
encargado de legislar, el poder ejecutivo, encargado de llevar a cabo
las decisiones legislativas, y el poder judicial, encargado de velar
por la legalidad de las decisiones políticas y por el cumplimiento
de las reglas de juego. Respecto al imperio de la ley, este concepto
se basa en que las normas jurídicas generales y abstractas
deben ser aprobadas por los legítimos representantes del poder
y no, como era regla en el Estado absoluto, por la arbitrariedad del
Rey. El soberano no era ya un delegado de Dios, situado por encima
del Estado, sino que era un mandatario del pueblo dentro del Estado.
Por tanto, sería el Parlamento la institución central
para ejercer el poder político en función de la voluntad
general y no por mandato imperativo como era habitual en los parlamentos
pre liberales. El reconocimiento de una serie de derechos individuales
sería, también, otra de las características definitorias
del modelo liberal. Así, tanto la Declaración Universal
de Derechos del Hombre y del Ciudadano en la Francia revolucionaria
como las primeras enmiendas de la constitución norteamericana
de 1791, recogían una serie de derechos impensable en el antiguo
modelo absolutista. Derechos que serían fundamentalmente civiles
y en menor medida políticos. Hemos de considerar que los partidos
políticos no eran bien vistos por el modelo liberal al estimar
que iban en contra de la voluntad general y un atentado para la supuesta
unicidad del Estado nación. El modelo del parlamentarismo liberal
presupone que dentro del parlamento no existen contrastes profundos
de intereses sino diferencias de opinión, el diputado parlamentario
no era representante de un determinado grupo, sino del pueblo entero.
En aquellos países donde, como en España, se mantiene
el modelo monárquico, el sistema político del Estado
liberal se asienta en el principio de soberanía compartida
entre el rey y el parlamento, donde el sistema de representación
se fundamenta en el sufragio censitario, es decir, sólo aquellos
ciudadanos con determinado nivel de ingresos o con determinadas categorías
profesionales, podían ejercer su derecho a voto. El modelo
liberal, por tanto, era contrario al principio de igualdad y altamente
oligárquico.
Todo este proceso de revoluciones liberales que se expandirían,
bajo la influencia de la revolución francesa, a lo largo del
siglo XIX no fueron homogéneas en el espacio y en el tiempo.
Aun considerando que el modelo de Estado liberal se consolidaría,
de manera general, en Europa en el siglo XIX, hasta 1917 subsistiría
uno de los Estados absolutos más característicos y desencadenante
de una revolución con extraordinaria proyección internacional:
la Rusia zarista.
La plasmación económica del Estado liberal sienta sus
bases en el sistema capitalista y en las aportaciones doctrinarias
de la economía política. La obra de Adam Smith, David
Ricardo y toda la escuela de economistas clásicos, formula
que el Estado ha de mantener un intervencionismo muy limitado y que
es la propia sociedad civil la que, en plena libertad, ha de actuar
en busca de sus intereses particulares. La ley de la oferta y la demanda
propugnada por la economía política liberal iría
en contra del rígido modelo absolutista. Así, la abolición
de las relaciones de señorío, la supresión de
gremios y corporaciones mercantiles y la limitación del poder
de la Iglesia eran condiciones necesarias para el progreso y la modernización
del que hacía gala el modelo liberal. El Estado, por tanto,
había de tener un protagonismo mínimo, limitado a garantizar
el orden público interno, la defensa frente a otras potencias
y la realización de algunas obras y servicios de interés
público. Este abstencionismo del Estado liberal no evitaría
la necesidad de unos ingresos con los que hacer frente a aquellos
gastos. Simultáneamente al desarrollo del Estado liberal, aparecen
también las políticas fiscales a través de la
vía impositiva, pri¬meras referencias de intervención
del Estado en la sociedad. Además, el nivel de intervención
del Estado en la sociedad aumentaba en la misma medida que los Estados
se dotaban de poderosas máquinas militares con las que mantener
y conquistar colonias y defender estas de los mismos afanes colonialistas
de otras potencias. Así, los Estados liberales del siglo XIX,
como puede verse en el capítulo de este libro sobre las relaciones
internacionales, estaban en un estado de guerra casi continuo: guerras
como la austro prusiana, greco turca, de Crimea o franco prusiana,
manifestaban, por un lado, la tradicional agresividad de sus políticas
exteriores y, por otro, el aumento del intervencionismo estatal a
través del sistema impositivo, llamamientos a filas y financiación
de las guerras.
Lo que en puridad hizo el Estado liberal fue racionalizar las viejas
instituciones del Estado absolutista y perfeccionarlas técnicamente
para dar un aspecto de mayor representatividad. La llamada voluntad
general siguió limitada a un colectivo muy limitado de ciudadanos
que con suficiente capacidad económica y cultural eran los
que dominaban la maquinaria del Estado e influían en la toma
de decisiones. Las libertades del Estado liberal tuvieron más
una expresión jurídico formal que real.
El
Estado liberal democrático
Como
hemos visto más arriba, el Estado liberal se caracterizaba,
en lo político, por ser fuertemente clasista y basarse en un
sistema oligárquico que limitaba la extensión del sufragio.
Salvo el paréntesis de la revolución francesa entre
1789 y 1813, y el de la monarquía limitada de Inglaterra a
partir de 1688, España era el único país europeo
constitucional en 1812, aunque por poco tiempo ya que en 1814 con
el retorno de Fernando VII volvió el régimen absolutista.
Como indica González Casanova, es de destacar que en buena
parte de la Europa de la primera mitad del si¬glo XIX la monarquía
absolutista era mayoritaria y en los países que contaban con
un texto jurídico limitador de los poderes del monarca, había
sido este quien lo había concedido u otorgado, a través
de las llamadas Cartas otorgadas, a los grupos socialmente dominantes,
pactando con ellos a la usanza medieval la formalización y
los límites de un poder casi omnímodo. Durante esta
primera mitad del siglo XIX se produjeron una serie de insurrecciones
populares en contra del absolutis¬mo y contra la restauración
monárquica y aristocrática. De tal manera que, a partir
de las revueltas de 1848, es visible cierta radicalización
del movimiento obrero europeo. Las insurrecciones populares de esa
época se extendieron por toda Europa en contra de los residuos
señoriales y absolutistas que negaban la Ilustración
racionalista, los postulados socialistas y las revoluciones liberales
del pasado siglo. La neutralización de las protestas populares
no podía mantenerse, como se hizo durante mucho tiempo, a través
de la represión. El sistema fue expandiendo paulatinamente
una serie de derechos políticos a las clases más desposeídas.
Las diferentes revueltas sociales a mediados del siglo XIX en Europa,
el aumento y consolidación del proletariado como clase social
y la aparición de las organizaciones obreras junto con la competencia
ideológica del socialismo y anarquismo, serían elementos
que influirían en la evolución postrera del Estado liberal
clásico. La aparición y posterior legalización
de sindicatos y partidos políticos de carácter socialista
incorporaron un fenómeno nuevo en el marco del Estado liberal.
Las diferentes internacionales obreras que fueron apareciendo en el
escenario político a partir del último tercio del siglo
XIX, reconocían la identidad de los obreros en su afán
por conseguir un nivel de emancipación que el capitalismo como
modo de producción dominante y el liberalismo de corte oligárquico
les negaba.
En la vertiente política, las organizaciones obreras dirigieron
sus objetivos a la conquista de los derechos de expresión y
de asociación. Stuart Mill, uno de los teóricos liberales
más influyentes en este proceso de democratización del
Estado liberal, consideró la necesidad de corregir y revisar
el liberalismo clásico para dar entrada a colectivos que hasta
el momento habían permanecido al margen de las decisiones políticas.
Con independencia de algunos casos muy particulares, sólo sería
entre finales del siglo XIX y principios del XX cuando el sufragio
universal masculino se implantaría en la mayoría de
Estados europeos. El sufragio femenino sería un logro posterior.
Así, por ejemplo, mientras que en Alemania la primera implantación
de sufragio universal para los varones fue en 1869, las mujeres sólo
ejercerían su derecho al voto en 1919, en Reino Unido las mujeres
sólo empezarían a votar a partir de 1928, diez años
después que los varones, y en España en 1931. El reconocimiento
del sufragio femenino chocaba con la resistencia tradicional de una
estructura social marcadamente sexista. La extensión del sufragio
universal haría cambiar sensiblemente la composición
y representación de los Parlamentos. Esta transformación
del Estado liberal en Estado liberal democrático supuso también
un cambio en la concepción de las constituciones. La constitución
pasaba a considerarse como la ley de leyes con superioridad jerárquica
y con voluntad de mantenerse en el tiempo, determinando las reglas
básicas del sistema, y no como un pacto entre fuerzas dominantes
con posibilidad de cambiarla según la oportunidad política
del momento.
El reconocimiento del derecho de asociación y la legalización
de los grandes partidos de masas influirían de manera decisiva
en la evolución de este modelo. La expansión del sufragio
y la irrupción de los partidos de masas en los parlamentos
burgueses harían modificar el antiguo parlamentarismo oligárquico
en un parlamentarismo pluralista. La evolución hacia la democracia
no fue simultánea en todos los Estados, pero sí más
o menos homogénea en lo que se refiere a los principios fundamentales:
reconocimiento de una serie de derechos políticos y en menor
medida sociales, garantías jurídicas, legalización
de partidos políticos y sindica¬tos, reformas en las legislaciones
electorales que ampliaban el derecho de sufragio y corregían
desproporcionalidades del modelo oligárquico, y aceptación
constitucional del pluralismo político y del parlamentarismo.
Aun así, esta progresiva democratización del Estado
liberal acarrearía crisis y tensiones internas. Ya que, por
un lado, formalmente, las diferentes constituciones y gobiernos, como
la República de Weimar de 1919, o la 11 República española
de 193 1, tenían un contenido fuertemente democrático,
recogiendo y consolidando derechos sociales y económicos, pero,
por otro lado, realmente, el Estado liberal democrático seguía
siendo un Estado oligárquico donde las clases medias y altas
mantenían posturas, en lo general, refractarias a ese nuevo
marco general. Además, las constituciones que imperaban en
este modelo de Estado tenían una componente fuertemente parlamentarista,
de tal modo que los parlamentos podían bloquear la acción
de gobierno si aquel no gozaba de la confianza de este, llegando a
obligar con cierta facilidad la dimisión del ejecutivo. Este
proceso de universalización del sufragio en Europa supondría
la preeminencia de la función de la parlamentaria a costa de
la ejecutiva del Gobierno. El resultado era que, en aquellos parlamentos
muy atomizados como el Alemán de entreguerras o el de la 111
República francesa, se dificultaba la acción de gobierno
debido a las continuas pugnas intestinas de los parla¬mentarios,
que a la vez dependían de los partidos políticos. El
resultado era, en los casos más extremos, una parálisis
política continua. Durante los años veinte y treinta
de este siglo se acentuó la crisis del Estado liberal democrático
incapaz de conjugar el nuevo programa democrático con el liberalismo
clásico. El Estado liberal democrático se manifestó
incapaz de garantizar y asegurar la convivencia interna, la paz en
las relaciones internacionales y su no intervencionismo en la esfera
económica, el crac del 29 fue el epitafio de un liberalismo
económico incapaz de garantizar el desarrollo equilibrado de
la economía. Toda esta serie de fricciones abocarían
a una fuerte crisis del Estado liberal democrático que, en
los casos más extremos y no integrados, conduciría al
modelo de Estado fascista o al comunista, ambos como alternativa al
Estado liberal, y en los casos más integrados, al Estado del
Bienestar, como modelo que pretende perfeccionar el Estado liberal
democrático.
El
Estado de bienestar
Después
de la experiencia e impacto de los Estados fascistas, de la implantación
y desarrollo del Estado socialista Y de constatar que la economía,
al contrarío de lo que afirmaban los postulados liberales no
regulaba por sí sola las desigualdades sociales, el Estado
liberal democrático articuló una nueva vía para
asegurar su supervivencia integrar a los sectores más desfavorecidos
potencialmente revolucionarios. El Estado de bienestar, nacido en
los modernos ordenamientos constitucionales como Estado social y democrático
de derecho, sustituye al tradicional abstencionismo público
en el campo económico y social en aras de asegurar y mantener
cierto bienestar de sus ciudadanos. El Estado de bienestar supone
una modernización del Estado liberal democrático, manteniendo
su estructura capitalista. Este modelo de Estado se afianza con más
facilidad en las sociedades industriales avanzadas y con un tejido
social más plural. El concepto de Estado de bienestar hace
referencia directa a una articulación más fluida entre
Estado y sociedad, característica que lo distingue del Estado
liberal, cuyo factor constitutivo era la separación entre ambas
áreas. El desarrollo del Estado social o Estado de bienestar
está necesariamente vinculado con el influjo de los grupos
de interés o de las grandes organizaciones destinadas a la
defensa de intereses parciales o sectoriales en el sistema político
(sindicatos, asociaciones empresariales, organizaciones no gubernamentales,
iglesias, etc.). El resultado es una tendencia hacia la estatalización
de la sociedad, pero también hacia la socialización
del Estado y, por tanto, a la difuminación de límites
entre ambos términos.
Los antecedentes históricos se producen, aunque tímidamente,
a finales del siglo XIX. La legislación social en la Alemania
de Bismarck en 1883 y 1889, desarrollando un sistema de seguros de
enfermedad, acci¬dentes, invalidez y ancianidad, es una de las
primeras referencias de este modelo. Posteriormente, en el período
de entreguerras el gobierno laborista de MacDonald en la década
de los años veinte, en Reino Unido, impulsó también
una política de reformas sociales a través de la instauración
de un seguro de desempleo, entre otras. En los casos de la Alemania
de Weimar de 1919 o de la II República española en 1931,
también incluyeron en sus programas políticos una serie
de derechos sociales y de prestaciones públicas, aunque la
gran inestabilidad política y las gra¬ves tensiones antisistema
hicieron que esa experiencia fuese muy breve y acabase en un modelo
de Estado bien diferente
La implantación más definitiva del Estado del bienestar,
como alternativa al viejo Estado liberal, parte de Estados Unidos
a raíz del triunfo electoral del demócrata Franklin
Delano Roosevelt en 1931. Y como respuesta al gran impacto que tuvo
la crisis económica de 1929. El llamado New Deal de Roosevelt
proponía que el Estado no se limitase tan sólo a mantener
un protagonismo mínimo, manteniendo la ley y el orden, sino
que debía proporcionar servicios asistenciales, conseguir el
pleno empleo y una estabilidad y crecimiento económico, y todo
ello mediante un fuerte intervencionismo en la economía, tanto
a través de un aumento en el gasto público deuda pública,
como de la presión fiscal. Así, el gobierno laborista
británico aplica, a partir de 1945, una serie de reformas que
generan una cobertura médica universal, prestaciones por desempleo,
desarrollo de una educación generalizada a costa del Estado
y una serie de nacionalizaciones. De igual forma, la Francia del General
De Gaulle realiza una serie de reformas en esa misma línea.
El Estado de bienestar da un nuevo contenido al tradicional Estado
liberal incorporando una vertiente económica y social, realzando
un nuevo orden laboral y de distribución de bienes. La difusión
más generalizada de este modelo de Estado se produce tras la
II Guerra Mundial como resultado de la implementación de políticas
de influencia socialdemócrata en la mayoría de países
de la Europa occidental y particularmente en los países escandinavos
que han sido los que más han profundizado en el desarrollo
de este modelo.
La idea de Estado de bienestar o social se constitucionaliza por primera
vez en 1949 en la Ley Fundamental de la República Federal de
Alemanía al definir a Alemania como un Estado democrático
y social de Derecho . De igual manera, la mayoría de nuevos
textos constitucionales que aparecen tras la II Guerra Mundial incorporan,
de una u otra forma la esencia del Estado social. Las diferentes constituciones
que configuran este modelo de Estado han tendido a reforzar el papel
del poder ejecutivo, distanciándose, por tanto, del modelo
liberal democrático, con el objeto de dotarle de un mayor campo
de maniobra política, aumentando su protagonismo legislativo
y reglamentario para asegurar su estabilidad y la gobernabilidad del
Estado.
Desde una vertiente económica, los gobiernos en los Estados
de bienestar se distancian del famoso principio del laissez faire
y tienden a una política estatal de dirección permanente
y programada en su conjunto. A este respecto, la teoría económica
formulada por Keynes tendría un impacto crucial en este tipo
de Estado. Las ideas de este economista británico, que inspiraron
el famoso informe Beveridge en 19472, considerado como la carta fundacional
del Welfare state y de gran influencia en las políticas sociales
tras el triunfo del laborismo británico en 1945, consideraba
que era posible llegar por métodos democráticos y sin
alterar en lo fundamental la economía capitalista al pleno
empleo y por tanto a un aumento de la capacidad adquisitiva de las
masas. Estos fines se conseguirían mediante un orientado control
y protagonismo en el proceso económico por parte del Estado.
El Estado, por tanto, intensifica su intervención económica
tanto a través de la planificación indicativa como con
el desarrollo de empresas públicas como motor de desarrollo.
El Estado introduce ciertos controles públicos sobre el mercado
como fórmula para regular el sistema, corregir los efectos
perversos, limitar los privilegios y evitar bruscos desequilibrios
conflictivos.
Desde un punto de vista general, el Estado de bienestar significa
un intento de adaptación del Estado liberal burgués
a las nuevas condiciones sociales de la era industrial y posindustrial.
Sus diferentes políticas sociales han intentado remediar las
condiciones de los estratos más desfavorecidos y menesterosos
de la población, no tanto transformando la estructura social,
cuanto generando políticas sectoriales que remedien sus peores
efectos. Estas políticas sectoriales se desarrollan no tan
sólo en situaciones de crisis económicas, sino particularmente
en épocas de bonanza y en sectores como los del ocio, educación,
cultura, promoción de regiones atrasadas o del bienestar en
general.
Desde la perspectiva asistencial, el Estado tiende a proporcionar
prestaciones sociales de distinto tipo, buscando en el fondo una mayor
legitimidad del sistema en su conjunto. La expansión de los
servicios y del gasto público, el reconocimiento y constitucionalización
de una serie de derechos laborales, un sistema fiscal progresivo y
una tendencia sistemática hacia la redistribución parcial
de la riqueza son algunas de las características fundamentales
del Estado social o Estado del bienestar. En este sentido, el factor
discriminante que influye en esas políticas sociales pro¬viene
más del desarrollo económico en general que de las presiones
populares, ya que, en lo fundamental, el nivel de crecimiento económico
va a condicionar la calidad y volumen de las prestaciones sociales
En su apartado político, el Estado social se basa en la democracia
representativa y en un sólido desarrollo de los partidos políticos
y de los grupos de presión corno correa de transmisión
de la sociedad civil. Vinculado con esto, el escenario resultante
en este proceso de implementa¬ción de políticas
sociales ha sido la disminución relativa en la intensidad de
la lucha de clases, según terminología marxista, y la
conversión de las viejas propuestas revolucionarias de tipo
antisistema en conflictos de carácter sectorial que, aceptando
el marco de referencia económico y Político en lo fundamental,
tienden a resolverse a través de la negociación y de
la presión por vías políticas. De este modo,
se constata una tendencia histórica de estatalización
de la sociedad a través de la inter¬vención social,
generando, no obstante, nuevas contradicciones derivadas de la propia
presión de la sociedad por aumentar el nivel de bienestar social
y de los límites reales del Estado como suministrador de recursos.
El Estado en los países desarrollados viene absorbiendo una
parte sustancial del Producto Interior Bruto en forma de impuestos,
cotizaciones sociales y otros ingresos. Estas contradicciones se acentúan,
particularmente, en época de crisis económica, cuando
la capacidad recaudatoria del Estado se reduce, aumentan simultáneamente
los gastos para intentar neutralizar el nivel de precariedad de ciertos
grupos, la deuda pública se dispara a niveles extraordinarios
y cuando se constata que el objetivo de pleno empleo no parece ser,
un objetivo alcanzable a medio plazo en aquellos Estados con un alto
nivel de desarrollo industrial.
El Estado de bienestar empieza a implantarse de manera más
o menos generalizada después de la Segunda Guerra Mundial.
Su contribución a la cohesión social, incorporando a
los sectores con condiciones socioeconómicas más modestas,
ha sido importante. Este proceso de integración social ha generado
una aportación a la estabilidad política de los países
donde se ha desarrollado.
Después de un largo proceso de desarrollo y consolidación,
la crisis del Estado social aumenta su intensidad a partir de los
años setenta,
A
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