La revolución francesa


EL ANTIGUO RÉGIMEN

Cuando hablamos de Antiguo Régimen, nos referimos a un conjunto de estructuras políticas, sociales y económicas que caracterizaban a varios países de la Europa occidental entre los siglos XVI y XVIII, aunque algunos de sus rasgos son muy anteriores a este periodo, y otros perdurarán tras las revoluciones de los siglos XVIII y XIX.

El nombre fue utilizado por primera vez por dirigentes de la Revolución Francesa en un sentido crítico: los revolucionarios pretendían terminar con todo lo que constituía ese Antiguo Régimen. Aquí nos ocuparemos fundamentalmente de los aspectos económicos, aunque dando también las claves básicas para comprender las instituciones políticas y sociales de esta época.

POLÍTICA DEL ANTIGUO RÉGIMEN

En cuanto a la política la forma del estado durante el Antiguo Régimen es la Monarquía Absoluta o Absolutismo. El rey considera que su poder es de origen divino (Dios ha delegado en él) y, por tanto, ilimitado y sólo responden ante Dios. Por eso a la monarquía absoluta se la llama de "derecho divino".

Los monarcas absolutos concentran en sus manos el poder legislativo, el poder ejecutivo y el poder judicial, mandan sobre el ejército y todas las instituciones del estado. El estado en su conjunto (incluyendo sus habitantes, que para él tienen sólo la consideración de súbditos) no son sino una propiedad personal del Rey que puede disponer de ellos a su voluntad. La propaganda convierte al monarca en una figura paternal y la rodea de símbolos religiosos y del lujo extremo de la Corte.

Probablemente la definición más contundente de la monarquía absoluta la daría un rey de Francia, Luis XIV, cuando pronunció su famosa frase: “L'Etat, c'est moi”, es decir, “el Estado soy yo”.

SOCIEDAD DEL ANTIGUO RÉGIMEN

Las sociedades del Antiguo Régimen se caracterizan por tener una población estancada, sometida periódicamente a las llamadas crisis de subsistencia, y que aún no han conocido la revolución demográfica que hará crecer la población europea a ritmos nunca antes conocidos. Se trata de una sociedad formada por grupos muy cerrados: la sociedad estamental.

La sociedad estamental se caracteriza por la desigualdad legal entre los diferentes grupos sociales o estamentos. De un lado distinguimos el grupo de los Privilegiados, constituidos por la nobleza y el alto clero, que poseían enormes riquezas provenientes de las rentas de la tierra y gozaba de exenciones fiscales -estaban excluidos del pago de varios impuestos-, eran juzgados según leyes distintas a las del pueblo, y se reservaban los cargos más importantes del ejército, la iglesia y el estado.

De otro lado tendríamos al estamento no privilegiado (llamado tercer estado en Francia), que no era un grupo nada homogéneo, pues cabían en él, desde ricos burgueses dedicados al comercio internacional o a actividades bancarias (que nada envidiaban a la nobleza en cuanto a riqueza) hasta el más humilde de los campesinos, pero que tenían en común el hecho de ser quienes sostenían económicamente el país con su trabajo, y el estado con sus impuestos. El tercer estado constituía habitualmente 9/10 de la población, de ellos la mayoría campesinos pobres.

LA ECONOMÍA DEL ANTIGUO RÉGIMEN

Las economías tienen una fortísima base agraria: dos tercios, incluso tres cuartos de la población se ocupan de tareas agropecuarias. Se trata de una agricultura en general caracterizada por su bajísima productividad, por estar dirigida al autoconsumo (el campesino piensa fundamental en alimentarse directamente el mismo y sus familias con el producto de sus tierras) y no a la comercialización, y por la utilización de técnicas y herramientas que apenas han conocido cambios en varios siglos: la utilización del arado romano sigue siendo general en casi toda Europa y el mantenimiento del barbecho (dejar sin cultivar cada año un tercio o la mitad de las tierras para que esta recupere sus nutrientes) en la rotación de cultivos como técnica de fertilización de las tierras. Es una agricultura aun muy sometida a las circunstancias climáticas, así una sequía, lluvias excesivas, hielos o calores inesperados... pueden llevar al fracaso de una cosecha y ante la falta de reservas y la fragilidad de los transportes se llegaban a desatar las temidas crisis de subsistencias antes citadas.

Además en muchas zonas se conservan estructuras del llamado régimen señorial típicas de la Edad Media: muchos campesinos en teoría hombres libres, debían sin embargo pagar impuestos a su señor (normalmente algún gran propietario de la zona con un título de nobleza o algún cargo eclesiástico) en forma de pagos en moneda, en especie (una parte de la cosecha) o personal (trabajando gratis durante varias jornadas en las tierras del señor). Además estos campesinos debían aceptar la autoridad judicial del señor y estaban obligados a utilizar (pagando) el molino o el lagar, e incluso a pedir su autorización para casarse. Todavía en el siglo XVII en muchas zonas de Europa esos campesinos tenían prohibido moverse de sus tierras y buscar otro trabajo, obligación que heredaban sus hijos. Sin embargo este sistema señorial se había debilitado con la peste que diezmó la población europea desde fines del siglo XIV : los señores debieron "aflojar" la presión sobre los campesinos. En los siglos XV y XVI, con la mayor circulación monetaria muchos campesinos cambiaron sus obligaciones por pagos en dinero. Además las monarquías absolutas recortaron el poder de los señores, en especial su capacidad para ejercer justicia y cobrar impuestos. Sin embargo, en Francia ante los problemas económicos del siglo XVIII parece que los grandes señores de la nobleza intentaron reforzar el rendimiento económico de estos derechos señoriales presionando sobre los campesinos.

Esta economía agraria atrasada convive en muchas zonas con un importante desarrollo urbano y comercial dinamizado por los grandes descubrimientos geográficos pues, desde mediados del siglo XV, exploraciones portuguesas y castellanas revolucionan el conocimiento geográfico y científico en general, incorporando a la cultura europea nuevas tierras, mares, razas, especies animales y vegetales... Primero serán las costas africanas, luego el descubrimiento de América, posteriormente las tierras del Pacífico, de forma que a finales del siglo XVIII apenas quedaban por descubrir el interior de África y las zonas polares. Pronto algunos países europeos construirán enormes imperios coloniales basándose en su superioridad técnica (armas de fuego) que servirán, inicialmente, para animar el comercio europeo con inmensas cantidades de oro y plata (monedas) y ya desde el siglo XVIII se incorporan enormes plantaciones de tabaco y azúcar, que junto al comercio de especias y a la trata de negros, servirán para enriquecer enormemente a las burguesías mercantiles de algunos países europeos.

Pero este panorama de cambios hay que matizarlo, destacando, por ejemplo, la pervivencia de los gremios dentro de las actividades artesanales: los trabajadores de cualquier sector artesanal en una ciudad (zapateros, tejedores, alfareros...) estaban obligados a formar parte de una organización, el gremio, que controla toda la actividad que se desarrolle en esa ciudad, de manera que las mercancías fabricadas en otros lugares no puedan entrar en su ciudad. El gremio fijaba de una forma rígida horarios, precios, salarios, herramientas, número de trabajadores por taller..., e impedían cualquier avance técnico u organizativo que pudiese dar ventaja a unos talleres sobre otros. Por estas razones, quienes dirigirán los cambios durante la revolución sacarán adelante leyes que prohibirán la existencia de estos gremios como opuestos al liberalismo económico.

El comercio encontraba numerosos obstáculos a su desarrollo como eran la existencia de multitud de aduanas interiores o la pésima calidad de las vías terrestres.

CAUSAS DE LA REVOLUCIÓN FRANCESA

En estas breves líneas pretendemos tratar las razones que llevaron al acontecimiento considerado por muchos historiadores como el más importante de la era contemporánea, la Revolución Francesa. Ante un fenómeno tan complejo como la Revolución Francesa, los historiadores han propuesto una gama variada de razones para explicarla. A continuación se expone un resumen de las principales.

CAMBIOS EN LAS IDEAS

En primer lugar no deben dejarse de lado las causas ideológicas, pues el siglo XVIII conoce grandes transformaciones intelectuales. Si en el siglo XVII se había iniciado la llamada revolución científica, durante el siglo XVIII surge en Francia un nutrido grupo de pensadores que se adhieren a las teorías de la filosofía empirista y creen que la razón humana resolverá muchos de los problemas que complican la vida de los seres humanos, estos pensadores serán llamados ilustrados y el siglo XVIII es conocido, entre otras cosas, como el siglo en el que se desarrolló el movimiento filosófico denominado la Ilustración.

TRANSFORMACIONES SOCIALES

Un segundo tipo de causas de tipo social ha sido explicado por los historiadores haciendo referencia al fuerte crecimiento demográfico que conoce Francia durante el siglo XVIII. El aumento de la población, parece que produjo en ocasiones escasez de alimentos, haciéndose muy frecuentes las crisis de subsistencias , y un crecimiento del número de pobres.

Además, la llamada sociedad estamental se encontraba en crisis ante el empuje de la burguesía, grupo social cuyo papel económico no para de crecer, y que, sin embargo, ve como su fuerza política es muy reducida, ante los deseos de la nobleza de ejercer un verdadero monopolio de los cargos del estado.

Por tanto el descontento social de la burguesía y del campesinado (por diferentes razones), se convertirán en fuerzas impulsoras de la revolución.

Por otro lado trataremos las causas políticas de la revolución, centradas en torno a la crisis de la monarquía, atrapada ante los problemas presupuestarios del estado, esto es la existencia de un enorme déficit en las cuentas del estado: si quiere recaudar más impuestos debería cobrárselos a los privilegiados, pero esto significaría acabar con un sistema basado, precisamente, en el privilegio, y enfrentaría al monarca con las muy poderosas nobleza e iglesia. De hecho, como veremos, este será el problema que actuará como detonante de la revolución.

CRISIS ECONÓMICA Y CRISIS FISCAL

También hemos de citar las causas económicas que están detrás del estallido revolucionario francés. Así sabemos que en vísperas del estallido de la Revolución la economía francesa no pasaba por buenos momentos. La circunstancia de fondo era la mala situación de la agricultura, sector responsable entonces de, quizás, dos tercios de la riqueza de Francia. Los años 1787 y 1788 se caracterizaron por desfavorables condiciones meteorológicas que van a poner en marcha una durísima crisis de subsistencia: los agricultores privados de ingresos suficientes dejan de comprar productos industriales e incluso muchos de ellos se ven obligados a recurrir a la mendicidad o a la caridad en las ciudades próximas. La caída de la demanda de productos industriales significa paro y pobreza para los trabajadores de pequeños y grandes negocios manufactureros. La escasez conducirá a la escalada de precios y con esta llegará el descontento social de los grupos más desfavorecidos.

Con todo, muchos historiadores han dado más peso como causa económica de la revolución no a la crisis agraria, sino a la crisis fiscal por la que pasaba el estado francés. Así es sabido que desde hacía décadas la hacienda francesa era incapaz de recaudar con sus impuestos las cantidades que se gastaban.

Estos déficit públicos crónicos se vieron agravados por las guerras en las que se vio envuelta Francia contra Inglaterra, incluyendo los préstamos a los rebeldes de las colonias de Norteamérica que fundarán los Estados Unidos de América al independizarse de los ingleses, y llevaron a un enorme crecimiento del endeudamiento del estado. El pago de la deuda pública llegó a superar la mitad del presupuesto estatal.

Además cuando alguno de los ministros de Hacienda, como fue el caso de Turgot, proponía reformas que parecían dirigidas a terminar con el privilegio de la Iglesia y la nobleza (no pagaban impuestos), las presiones de la Corte condujeron a su cese por el Rey. Por eso si en los años setenta la situación era ya de auténtica bancarrota, continuó agravándose.

De la delicada situación puede dar una prueba que a pesar de los ceses, los siguientes ministros seguirán proponiendo reformas semejantes, hasta que un nuevo ministro de economía, Calonne, volverá a proponer ya en 1786 una reforma de los impuestos que incluiría como contribuyentes a los miembros de la nobleza y de la iglesia. Este proyecto fue rechazado en 1787 por una Asamblea de representantes de los privilegiados. Para algunos historiadores ese momento puede ser considerado el verdadero comienzo de la Revolución Francesa, pues con la llamada revuelta de los privilegiados se inician los cambios que alterarán de manera radical las leyes francesas.


LOS ESTADOS GENERALES: LA REVUELTA DE LOS PRIVILEGIADOS

Ante las presiones de los Privilegiados Luis XVI se vio obligado a convocar los Estados Generales (no se convocaban desde hacía más de un siglo), organismos que representaban por separado a los tres estamentos del Reino, la nobleza, la iglesia y el pueblo o Tercer Estado. Su reunión se realizaría a comienzos de mayo de 1789. Desde mucho antes de realizarse su reunión comenzaron los problemas, pues mientras los miembros del Tercer Estado pedían una reunión conjunta de los tres estamentos y que se votase individualmente, los estamentos privilegiados querían una reunión en cámaras separadas y que cada grupo dispusiese de un único voto.

Al mismo tiempo que por toda Francia cada comunidad debería designar a sus representantes, se preveía la realización de los llamados Cuadernos de quejas (“cahiers de doléances”) en los cuales cada comunidad debía expresar las reivindicaciones que luego cada diputado debería trasladar al Rey. La mayoría de ellos fueron redactadas por miembros de la burguesía, aunque también hay ejemplos de algunas redactadas por clases más bajas . Además de estos cuadernos, Francia se vio inundada por numerosos panfletos de carácter político. Quizás el más conocido sea el redactado por Sièyes y titulado ¿Qué es el Tercer Estado? . En esta obra Sièyes concluye que desde el punto de vista político el Tercer Estado, la inmensa mayoría de la nación francesa, formado por quienes trabajan y sostienen con sus impuestos el estado, deben tener en sus manos el control político de Francia.

LA ILUSTRACIÓN

Se entiende como Ilustración a un movimiento intelectual que tiene como bases un conjunto de ideas filosóficas que enfatizan la confianza en la razón como solución de muchos de los males de la humanidad. La razón aplicada a través de los conocimientos científicos difundidos gracias a la educación (los ilustrados creen en la necesidad de alfabetizar al conjunto de la población) se convierte en una herramienta esencial para el progreso de la humanidad. La confianza en el uso de la razón, la defensa de las libertades individuales y de la tolerancia religiosa y el optimismo ante el futuro, son rasgos característicos de muchos de los llamados ilustrados.

EL SIGLO DE LAS LUCES

El nombre de Ilustración, hace referencia la “luz” que arroja la razón al abordar muchos asuntos considerados antes misteriosos. En muchos idiomas el movimiento es denominado con una palabra que hace referencia a esa luz clarificadora de la razón: Illuminismo (Italia), Enlightenment (Gran Bretaña)...

En el origen de este movimiento desarrollado en el siglo XVIII (“Siglo de las luces”) se encuentran la difusión de la filosofía empirista inglesa que afirma que todo conocimiento proviene de la experiencia (Locke, Hume) y el espíritu científico difundido por Newton, matemático y científico inglés que desarrolla su obra en las últimas décadas del siglo XVII, y sus seguidores, que pondrán las bases de la llamada ciencia moderna: toda teoría científica deberá ser probada mediante experimentos, idea ya anticipada a comienzos del siglo XVII por los trabajos del astrónomo italiano Galileo. De esta manera, la Ilustración considerada por muchos como una corriente filosófica francesa, tiene claramente una inspiración británica. Sin embargo, sus figuras más importantes serán en buena parte un grupo de pensadores franceses (Les philosophes), entre los que destacan Diderot, D´Alembert, Voltaire, Montesquieu y Rousseau. Todos estos pensadores tienen ideas muy diferentes, pero globalmente coinciden en la valoración de la inteligencia humana, de la razón, como instrumento que puede desvelar los secretos de la naturaleza y proporcionar técnicas que mejoren no sólo las condiciones materiales de la humanidad, sino también hacer mejores éticamente a los humanos. A través de la educación puede conseguirse el progreso global de la humanidad. Frente al cristianismo que considera el paso por el mundo como una estancia temporal en un "valle de lágrimas", la Ilustración es una ideología optimista que pretende que los seres humanos se liberen de todos aquellos obstáculos que impiden el bienestar y la felicidad en la tierra.

LA ENCICLOPEDIA

Varios de estos “philosophes” son responsables de la edición de la conocida como Enciclopedia, que pretendía ser un compendio de los nuevos conocimientos obtenidos por la razón, a la vez que pretendía convertirse en un medio de difusión de la ideología ilustrada y de defensa del racionalismo, la tolerancia o las libertades. La Enciclopedia, o con su título completo La Enciclopedia o Diccionario razonado de las ciencias, las artes y los oficios, proyecto impulsado por ilustrados, Diderot y D´Alembert, y que se publicará en varios tomos desde mediados del siglo XVIII. Su propio título completo nos ilustra sobre la pretensión de servir para divulgar los conocimientos científicos y técnicos de la humanidad, pues los ilustrados, filósofos optimistas, pensaban que la ciencia y la técnica podían dar respuestas a muchas de las desgracias que aquejaban a las personas de su época (hambre, enfermedades...).

Además, ya en su primer tomo Diderot y D`Alembert dejarán clara su postura en defensa de la razón y de la libertad de expresión y su rechazo de toda suerte de fanatismos . La publicación de la Enciclopedia fue un gran éxito y sirvió para extender por el mundo las ideas ilustradas a pesar de tener que sortear censuras, críticas y persecuciones, en particular por parte de la jerarquía de la Iglesia Católica.

De esta compleja corriente filosófica fijaremos nuestra atención en tres autores que realizaron importantes aportaciones en el campo de la política y cuyas obras influirán decisivamente en el desarrollo de la Revolución Francesa, y posteriormente en la difusión de la ideología liberal por otros países europeos; y que ya, anteriormente a la revolución francesa, habían influido en el proceso de independencia de las colonias americanas de donde nacerán los Estados Unidos de América .

LOS FILÓSOFOS ILUSTRADOS

Voltaire, sobrenombre de François Marie Arouet, aportó fundamentalmente una defensa apasionada de la libertad de pensamiento, y una consecuente crítica de cualquier forma de fanatismo e intolerancia, y en particular hizo blanco de sus dardos a las religiones que predican la persecución de quienes no las practican. En sus numerosos escritos defendió las posibilidades de la razón y los beneficios de la libertad de pensamiento y criticó la superstición, el oscurantismo, el fanatismo y la intolerancia como males contra los cuales luchar . De hecho, Voltaire, personalmente no dudó en implicarse en complicados asuntos de su época, convirtiéndose en un ejemplo de lo que mucho después se llamará intelectual comprometido.

Montesquieu, es conocido sobre todo como el autor de una de las obras más influyentes del pensamiento político contemporáneo, El espíritu de las leyes (1748), obra en la que, entre otros muchos asuntos, pasa revista a las diferentes formas de organización política existentes en el mundo. En concreto, al tratar las modernas leyes inglesas (en el capítulo VI “De la constitución de Inglaterra”), hará una defensa inequívoca de la necesidad de que los diferentes poderes de un estado, tres según su concepciones políticas, (poder legislativo, poder ejecutivo y poder judicial), no se encuentren nunca en manos de la misma persona u organismo, sino separados, de forma que unos sirvan para frenar los posibles abusos de los demás. De esta forma se evita caer en la tiranía. Su teoría del equilibrio de poderes no sólo influirá en los redactores de la Constitución francesa de 1791, sino que ya antes puede detectarse su influencia en quienes como Thomas Jefferson dirigieron el proceso de independencia y participaron en la redacción de la Declaración de derechos del estado de Virginia y de la Constitución de los Estados Unidos de América en 1789.

Rousseau, colaborador de la Enciclopedia, influyó también sobre las revoluciones políticas de la era contemporánea de forma decisiva, en especial con sus teoría de la voluntad general, esto es, al defender que el poder no tiene el origen divino que exponen los defensores de la monarquía absoluta, sino que el poder reside en todos y cada uno de los miembros del pueblo. La idea de la Soberanía Nacional (el soberano es el pueblo, la nación) está presente en todas las constituciones liberales que se redacten desde finales del siglo XVIII, y es aún hoy la base de nuestras modernas democracias.

Rousseau cree en los llamados derechos naturales del hombre. Según Rousseau los hombres nacen libres e iguales en derechos, pero a lo largo de la historia los diferentes regímenes políticos han corrompido a los hombres. Es hora, según Rousseau, de fundar un nuevo sistema político que se base en esa igualdad de derechos, en la soberanía nacional.

Las ideas de Montesquieu y Rousseau se reflejarán tanto en la Declaración de Derechos del Hombre y del Ciudadano de 1789, y como ya hemos visto anteriormente, en las varias constituciones que se redactarán durante el proceso revolucionario francés, así como en la Constitución de los Estados Unidos de América. La idea de que los poderes del estado deben permanecer separados para de esta forma controlarse unos a otros, y la idea de que los gobernantes deben ser elegidos por el pueblo con el ejercicio de la soberanía nacional, siguen siendo ambas la base de los múltiples regímenes basados en las teorías del liberalismo político que desde el siglo XVIII se han ido fundando sobre la tierra.

INICIO DE LA REVOLUCIÓN.

LA ASAMBLEA NACIONAL
En junio de 1789 reunidos ya los Estados Generales en Versalles y por separado, desde el Tercer Estado se cursó una invitación a los miembros de la Iglesia y la Nobleza para unirse bajo un solo techo. Algunos miembros de estos grupos privilegiados lo hicieron a título personal. A mediados de ese mes los representantes del Tercer Estado deciden constituirse en Asamblea Nacional. En respuesta a esta decisión el rey, que ya había demostrado estar en desacuerdo con esta pretensión de los diputados del Tercer Estado, decidió impedirles el acceso a la sala de reunión y de esta forma los diputados del tercer estado, más los que se les habían unido del estamento nobiliario y del eclesiástico, decidieron reunirse en adelante en el edificio de un frontón dedicado al juego de pelota donde juraron no separarse hasta haberle proporcionado una nueva Constitución a Francia.

Aunque el Rey cedió en algunos aspectos, se negó a considerar la igualdad de todos los franceses ante los impuestos y también a que el voto en los Estados Generales se hiciese individualmente. A principios de julio de 1789 la mayor parte de los nobles y los eclesiásticos se han unido a la llamada Asamblea Nacional y trabajan en la redacción de una Constitución y de una declaración de derechos. Ahora la revolución está plenamente en marcha pues parece quedar claro que la autoridad del Rey quedaría limitada por esa Constitución. La monarquía absoluta se tambaleaba.

LAS REVUELTAS POPULARES URBANAS Y CAMPESINAS
Pero desde esos primeros días de julio se advierte que parte de la Corte no está dispuesta a aceptar la nueva situación. Pronto se advierte un importante despliegue de tropas en Versalles y París que será respondida con movimientos populares de miles de personas buscando armas y construyendo barricadas ante el rumor de que la monarquía piensa terminar con las acciones revolucionarias de los Estados Generales.

En este contexto se producirá un acontecimiento que simbolizará para siempre el comienzo de las acciones revolucionarias: el 14 de julio de 1789 una enorme masa de parisinos se lanza a la toma de La Bastilla, fortaleza que servía de depósito de pólvora y prisión estatal. Los revolucionarios tomaron la fortaleza sin demasiada resistencia y lo que es más importante, sin que intervinieran las tropas reales que permanecieron impasibles ante el temor de sus oficiales de que los soldados se unieran a los revolucionarios.

Como resultado de este movimiento los revolucionarios crearán un nuevo ayuntamiento bajo su control y nacerá también la Guardia Nacional, tropas que aceptan la nueva realidad revolucionaria.

En los días siguientes el estallido se extenderá por toda Francia, pues en las demás ciudades surgirán ayuntamientos revolucionarios y guardias nacionales a imitación de lo sucedido en París. También en el campo se producirá una enorme agitación, el "Gran Miedo", con masas de campesinos tomando castillos y monasterios al asalto con la intención de quemar los archivos donde se guardaban los documentos de propiedad señorial, y así terminar con la opresión que para ellos suponía el régimen feudal. Como respuesta a estas revueltas campesinas los diputados de la Asamblea Nacional redactarán un decreto de abolición de los derechos feudales que sin responder a todas las demandas campesinas sirvió para pacificar el campo .

EL GOBIERNO REVOLUCIONARIO: NUEVAS LEYES
En ese mismo mes de agosto de 1789 avanza la redacción de la Constitución en cuyo comienzo figurará el histórico documento que recoge la Declaración de derechos del hombre y del ciudadano , publicada el 26 de agosto de 1789 y que constituye un auténtico resumen de las ideas de quienes impulsan la revolución. Esta Declaración, con su defensa de la igualdad ante la ley (artículo primero), la soberanía nacional, esto es, que el poder reside en el conjunto de los ciudadanos (artículo tercero) y de las libertades individuales (de expresión, religiosa...); se convertirá en uno de los documentos más influyentes de toda la historia contemporánea y es el embrión (junto con la legislación de los recién nacidos Estados Unidos de América) de los regímenes liberales que durante el siglo XIX se instalarán en muchos países europeos.

En octubre de 1789 ciertos rumores sobre una intervención militar contrarrevolucionaria moviliza de nuevo a las masas y tanto el rey como la Asamblea se trasladarán a París. La Asamblea mientras redacta la Constitución, que no será aprobada hasta 1791, gobernará de hecho en Francia.

Pero la situación dista de estar tranquila como se demuestra con los choques que los revolucionarios tendrán tanto con la Iglesia como con aquellos nobles (los “emigrados”, porque se refugiaron en otros países) partidarios del Antiguo Régimen.

Con la Iglesia el enfrentamiento será progresivo y vendrá jalonado con medidas tomadas por la Asamblea como la nacionalización y venta (1789) de sus bienes (el estado los venderá para obtener recursos para disminuir la deuda pública), la supresión de órdenes religiosas y la obligación de todos los miembros de la iglesia de realizar un juramento de fidelidad al nuevo estado. Casi la mitad de la iglesia se resistirá a este juramento y parte de las revueltas contrarrevolucionarias serán liderados por la eclesiásticos en algunas regiones francesas.

Con la monarquía los problemas surgirán ante la resistencia del rey a aceptar la legislación revolucionaria, es decir, a aceptar que su poder estaba limitado por la Constitución y por la Asamblea (representantes del pueblo). Pronto las revueltas patrocinadas por la iglesia y los nobles emigrados recibirán la ayuda de otros monarcas absolutos, y es en ese contexto cuando se produce la fuga del rey (huye en secreto, disfrazado y dispuesto a unirse a los rebeldes contrarrevolucionarios), la conocida como huida a Varennes, ciudad donde el monarca fue reconocido, detenido y obligado a regresar a Paris.

LA ASAMBLEA (1789-1791)

LA CONSTITUCIÓN DE 1791

La huída del Rey demuestra el escaso entusiasmo de Luis XVI con su papel de monarca con poderes limitados. De hecho, el poder lo ejerce desde mediados de 1789 la Asamblea cuya obra legislativa es muy abundante e incluye la finalización de la Constitución en septiembre de 1791. La Constitución venía precedida por la Declaración de Derechos del Hombre y del Ciudadano, ya redactada en agosto de 1789. Esta constitución, aunque reconocía un régimen monárquico, limitaba mucho los poderes del rey mediante una clarísima formulación de la Soberanía Nacional. De hecho, el monarca dentro del esquema de división de poderes que sigue la teoría de Montesquieu, conserva el poder ejecutivo y tiene derecho de veto sobre las leyes que salgan de la Asamblea, pero sus poderes están muy lejos de los de un monarca absoluto. El poder legislativo, residiría en una única cámara, la Asamblea Legislativa, cuyos miembros debían ser renovados mediante elección popular (aunque por medio de un sufragio censitario) cada dos años. Por último, el poder judicial, que reposaba en los jueces, tiene garantizada su independencia del resto de poderes del estado.

Esta constitución con su reconocimiento de la Soberanía Nacional, de la separación de poderes, de la supremacía de la constitución sobre las demás leyes e instituciones del estado y del reconocimiento de una gran cantidad de libertades y derechos individuales (libertad de expresión, de reunión, derecho a la inviolabilidad del domicilio, libertad religiosa...); se convertirá en modelo para las constituciones liberales del siglo XIX. Su proclamación de la libertad económica significará la prohibición de los gremios o el fin de los precios protegidos en artículos de primera necesidad.

De todos modos los redactores de esta constitución se inspiraron de forma clara en las ideas de ilustrados como Rousseau y Montesquieu, y también en la Declaración de Independencia y en la Constitución de los Estados Unidos de América.

Con la Constitución de 1791, quienes apoyaban lo realizado por la Asamblea, daban por terminado el proceso revolucionario. Pero las nuevas leyes no sólo habían provocado el descontento de los antiguos privilegiados (que están organizándose para entrar en combate), sino que para muchos historiadores, también van a crear descontento entre las masas populares al dejarlos sin derecho al voto o sin las subvenciones estatales en los precios del trigo.

BANDOS Y GRUPOS POLÍTICOS

Por eso la revolución no va a terminar, ni la tranquilidad va a llegar con la Constitución. Durante los debates para la redacción de la Constitución empiezan a hacerse notar los diferentes bandos y partidos que protagonizarán los acontecimientos en los siguientes años de la revolución: en la parte izquierda de la asamblea se sitúan quienes simpatizan más con las nuevas ideas sancionadas por la constitución y que como club se reunían luego en el antiguo convento de los jacobinos. A esta ubicación espacial en esa asamblea debe hoy su significado político la palabra izquierda. En los escaños de la derecha se sentaban quienes defendían con fuerza los poderes del rey y pensaban que la asamblea estaba yendo demasiado lejos. También empieza a perfilarse un nuevo partido que dice representar los intereses de las masas populares.

Además existía un bando contrarrevolucionario que no desea sino el fin de la revolución, la restitución de Luis XVI como monarca absoluto y la vuelta completa al Antiguo Régimen.

NUEVOS CONFLICTOS INTERNOS

Para muchos historiadores la entrada en una nueva fase (revolución dentro de la revolución) se inicia con la huida del Rey. Tras su captura se desata una violencia revolucionaria claramente dirigida contra la monarquía. El monarca, angustiado, envía cartas solicitando ayuda a otros monarcas absolutos . La vuelta forzada del rey a Paris vendrá seguida por la suspensión de sus poderes y, aunque algunos líderes políticos parece que se inclinan al perdón, otros exigen un castigo. Entre estos últimos se encontraban una parte de los jacobinos y varios líderes populares que ya hablan abiertamente de proclamar la república.

En los meses siguientes se va a asistir a una lucha entre la burguesía que ha protagonizado la revolución por un lado contra las masas populares que quieren ir “más allá” y por otro contra las fuerzas contrarrevolucionarias que se organizan dentro y fuera de Francia.

En los primeros meses de 1792 la situación es tensa y aparecen en escena los llamados sans-culottes, masas de ciudadanos políticamente concienciados y agitados dispuestos a seguir avanzando en el camino de la igualdad social. Esta aparición coincide con cambios en la actitud de los países que rodean Francia. Si desde el principio habían visto con un cierto disgusto lo que sucedía en Francia y tomaron medidas para evitar el “contagio revolucionario”, no obstante a rivales como Gran Bretaña no les desagradaba que Francia se debilitase en luchas internas.

Sin embargo, los problemas crecientes del rey Luis XVI tras su huida, hará que los monarcas absolutos europeos sean conscientes de la amenaza que supone una posible extensión de las ideas revolucionarias. Así los emperadores de Austria y Prusia firman un acuerdo por el que se comprometen a socorrer a la familia real francesa.

GUERRA Y REVOLUCIÓN

En 1792 estalla la guerra entre Francia y las monarquías austriaca y prusiana. El conflicto comienza con derrotas francesas y muy pronto circulan rumores por Francia de que estas derrotas se deben a que el clero contrarrevolucionario, los nobles que dirige aún los ejércitos franceses y también la Reina María Antonieta (austriaca) y el propio Rey, en realidad conspiran, y están al servicio de los enemigos de Francia. En medio de una enorme confusión las masas populares asaltan la residencia real y secuestraron al rey, al que humillaron. Días después se conoce en Francia un documento, el Manifiesto de Brunswick, en el cual el duque de Brunswick al mando de los ejércitos austriaco y prusiano amenaza a los parisinos con durísimas represalias si los franceses actuaban contra Luis XVI. El documento no pudo llegar en un momento más inoportuno: se utilizó como prueba de que el rey, en realidad, colaboraba con los enemigos de Francia.

El 10 de agosto de 1792 se producirá un nuevo asalto popular a la residencia real. El monarca y su familia deben escapar para salvar sus vidas y se refugian en la Asamblea, donde los diputados toman la decisión de suspender los poderes del rey y encarcelarlo hasta que tras unas elecciones surja una nueva cámara (Convención Nacional) que decida el futuro de la familia real francesa.

Quedaba claro que el poder lo tenían las masas en la calle y que el proyecto de la revolución de 1789, la creación de un régimen político basado en la convivencia entre la monarquía y una constitución que reconoce la soberanía de la nación, y controlado por la burguesía mediante el mecanismo del sufragio censitario había terminado.

Una nueva burguesía democrática, liderada por personajes como Marat o Robespierre, se hará, mediante el manejo de las masas populares, con el control de la situación.

LA CONVENCIÓN (1792-1794)

Esta nueva etapa revolucionaria vendrá marcada por la existencia de un continuo enfrentamiento, desde 1792 de Francia contra el resto de potencias europeas (Austria, Prusia, Rusia, España, Portugal, Gran Bretaña...

Tras las derrotas iniciales, llegarán victorias para los ejércitos franceses, como en la batalla de Valmy. A partir de 1793 las tropas francesas entrarán en Bélgica, España, territorios italianos y amenazan la seguridad de Austria y Prusia.

LA PROCLAMACIÓN DE LA REPÚBLICA Y LA EJECUCIÓN DEL REY

Uno de los primeros problemas que se plantean en 1792 es que, aunque Francia sigue siendo oficialmente una monarquía, la realidad es que carece de Rey y que, de hecho, Francia es una República, en la cual buena parte del poder está en manos de la llamada Comuna surgida a raíz de los incidentes del 10 de agosto. Al frente de esta Comuna se encuentra Maximilien Robespierre, hombre fuerte de la revolución en los meses siguientes.

La revolución había entrado en una nueva fase en la que las posturas se radicalizarían, alcanzándose momentos muy tensos cuando las tropas de los monarcas absolutos se encuentren a las puertas de Paris tras su victoria en la batalla de Verdun. Los rumores de la existencia de “traidores” en el interior desató terribles matanzas de prisioneros en las cárceles parisinas y que arreciasen las medidas anticlericales del gobierno ante la sospecha de que los miembros de la Iglesia colaboraban con los enemigos de la revolución.

En este contexto se producirá una victoria militar de los revolucionarios, la batalla de Valmy, que para muchos historiadores es uno de los puntos clave de la historia: la derrota de los ejércitos absolutistas abrirá una nueva etapa que irá consolidando las posiciones revolucionarias. En los años siguientes, las sucesivas victorias militares de Francia servirán para llevar las ideas revolucionarias por toda Europa occidental. El alemán Goethe, uno de los hombres de letras más influyentes del momento, y presente en la batalla de Valmy llegó a escribir que ese día, 20 de septiembre de 1792, y en ese lugar, Valmy, “se inició una nueva era en la historia del mundo”.

Mientras tanto, se habían celebrado en Francia elecciones, y de ellas salió una nueva Asamblea Constituyente que recibirá el nombre de Convención Nacional, cuya primera tarea será la redacción de una nueva Constitución.

Una de las primeras decisiones de la Convención fue la supresión de la Monarquía, aunque se dejó para más adelante la proclamación de la República. El carácter radical de esta nueva fase puede observarse en el establecimiento de un nuevo calendario republicano (se hablará de año I de la República), y se cambiará el nombre tradicional de los meses por otros que hacen referencia a circunstancias meteorológicas o a típicas labores agrícolas.

En la Convención convivían tres grupos de diputados más o menos definidos, a la derecha, los llamados girondinos, revolucionarios moderados que ya habían participado en las anteriores fases revolucionarias, a la izquierda, los más radicales jacobinos, y en el centro un grupo de diputados (la llanura) cuyas posiciones oscilan.

Esta división política se pondrá de manifiesto cuando la Convención decida sobre la situación del Rey. Los Girondinos consideran suficiente que se le detenga hasta el final de la guerra, mientras que los jacobinos desean un castigo mayor. Cuando se descubran pruebas de que Luis XVI está colaborando con los ejércitos extranjeros que luchan contra Francia los jacobinos pedirán para él pena de muerte. La ejecución pública se producirá en enero de 1793. Los historiadores han destacado la relativa indiferencia con la que monárquicos y republicanos franceses recibieron la noticia, prueba indudable del cansancio de cuatro años de hechos revolucionarios y del cambio mental de unas masas populares que asisten a la ejecución de quien pocos años antes como Monarca Absoluto tenía para el pueblo una consideración casi de figura religiosa.

LA CONSTITUCIÓN DEL AÑO I. "EL TERROR"

Además de en el proceso del Rey la Convención ocupó su tiempo en la redacción de la nueva Constitución, más democrática que la anterior de 1791, pues además de incluir el sufragio universal masculino, reconocía derechos sociales, como el derecho a la educación y al trabajo o la protección con dinero público de los más desfavorecidos. Esta constitución fue aprobada en el verano de 1793, aunque nunca llegó a entrar en vigor, pues su aplicación se pospuso para cuando finalizase la guerra. A pesar de esto muchos historiadores la consideran un texto legal de gran importancia pues añade al concepto de democracia unas medidas de protección social que sólo en el siglo XX se aplicarán en los países más ricos y avanzados.

Durante esta etapa de gobierno el poder quedó en manos de los jacobinos que se apoyaban en la fuerza de los llamados sans-culottes en la calle. Los acontecimientos en el exterior con una guerra que a pesar de algunas victorias francesas preocupa porque con la muerte del rey son muchos los reyes europeos empeñados en terminar con la revolución, y los acontecimientos violentos en el interior, como el asesinato de Marat, un importante dirigente jacobino, conducirán a que la Convención otorgue poderes especiales a los llamados “Comités”, como el Comité de Salvación Pública, dirigido por Robespierre, que en la práctica gobernaron Francia de forma dictatorial. Con esto llega la etapa del Terror.

Durante esta fase (el Terror) dictatorial de la República, la utilización de la violencia política contra los considerados enemigos de la revolución fue algo constante. Los juicios irregulares por parte de tribunales revolucionarios terminaban frecuentemente con condenas a muerte (se habla de más de 40.000 ejecuciones en unos pocos meses). Durante esta etapa la violencia política se convirtió en práctica política pues los comités se mantuvieron en el poder eliminando de forma sistemática a sus rivales con la excusa de que la revolución peligraba ante las conspiraciones de nobles y eclesiásticos apoyados por las monarquías absolutas europeas.

Mientras tanto la guerra continúa, y a finales de 1793 se confirma que lo sucedido en Valmy no era un espejismo: los ejércitos extranjeros son expulsados de Francia, e incluso las tropas revolucionarias se hacen con el control de Bélgica y zonas de Alemania.

El año 1794 verá la continuación de la política de terror institucional, justificado por el propio Robespierre como una forma de defender la República de los enemigos de la libertad . Robespierre conseguirá eliminar a los principales dirigentes de los sans-culottes y de hecho, durante algunos meses, el gobierno de Francia se convierte en una dictadura personal. Esta situación terminará cuando los enemigos (de todas las tendencias políticas) de Robespierre, unidos por el miedo a ser eliminados, actúen contra él. Maximilien Robespierre será guillotinado, y con su muerte llega el fin de la etapa más radical de la revolución francesa.

EL DIRECTORIO

Se ha interpretado el complot contra Robespierre como el deseo de muchos revolucionarios de parar las tendencias más radicales y volver, no al Antiguo Régimen, sino a los momentos iniciales de la revolución. La gran burguesía francesa había mirado con disgusto los acontecimientos de la época del Terror, las medidas sociales tomadas por el gobierno, los precios máximos puestos a los productos de primera necesidad y la nacionalización de algunas grandes fábricas que pasaron a ser propiedad del estado. Todas estas medidas serán derogadas lo que explica los intentos de volver a recobrar el poder por los elementos más radicales (jacobinos y sans-culottes), que fueron controlados sin demasiados problemas por el nuevo gobierno.

EL DIRECTORIO.

En 1795 el gobierno decide impulsar la redacción de una nueva Constitución que en muchos aspectos supone una vuelta a la de 1791, pues contemplaba el sufragio censitario e incidía en que la igualdad era sólo ante la ley, sin contemplar los aspectos sociales que sí se incluyeron en la Constitución de 1793. La Constitución de 1795 dejaba el poder ejecutivo en manos de un Directorio de cinco miembros, mientras el poder legislativo residía en dos cámaras.

El periodo siguió dominado como en los años anteriores por la inestabilidad política y así durante una revuelta de partidarios del Antiguo Régimen en octubre de 1795 el directorio se vio obligado a pedir el apoyo del ejército donde apareció como salvador un joven general, Napoleón Bonaparte, que en años posteriores desempeñará un papel político esencial.

Al año siguiente, 1796, la revuelta política vino desde el otro extremo político con la conjura de inspiración comunista, dirigida por Babeuf, y que se manifestaba contra la existencia de la propiedad privada.

EL ASCENSO DE NAPOLEÓN BONAPARTE

La inestabilidad seguirá en 1797 con una nueva revuelta de los partidarios de la monarquía reprimida con el apoyo del ejército. Cuando al año siguiente una nueva insurrección de los monárquicos necesite el apoyo del ejército, quedará ya claro que el futuro de la revolución y de Francia estará en manos de los generales, y en especial de Napoleón Bonaparte quién en 1799 dará un golpe de estado que pondrá todo el poder en sus manos. Este proceso de acumulación de poder en manos de Napoleón se hará de una forma clara, pero progresiva. Primero en la Constitución del año VIII , que deja el poder en manos de tres cónsules, de entre los cuales, el primer Cónsul, Napoleón Bonaparte, posee el poder efectivo, mientras los otros dos tienen sólo funciones consultivas. En 1802 la Constitución del año X dictada por él le nombrará cónsul único con carácter vitalicio, para en 1804 ser proclamado emperador.

CONSECUENCIAS DE LA REVOLUCIÓN.

Con la llegada de Napoleón Bonaparte no finalizó la revolución, pues algunos de sus cambios perdurarán. Así la revolución supone el fin de la monarquía absoluta en Francia. La pérdida de los privilegios de la Iglesia y la Nobleza ya no tendrá marcha atrás. Ni tampoco lo tendrán los derechos feudales, ni el diezmo que se pagaba a la iglesia, ni la venta de las tierras del clero a particulares.

El propio Napoleón impulsará la redacción de un nuevo código legal para toda Francia, que recogerá buena parte de las leyes revolucionarias. El llamado código napoleónico se caracteriza por contemplar la igualdad legal de todos los ciudadanos y define un sistema judicial en el que se presupone la inocencia del acusado que recibe asistencia legal del estado. El ciudadano cuenta con el derecho de habeas corpus que le protege de cualquier detención que no se ajuste a las leyes. El código napoleónico no sólo se aplicará en Francia, sino que se difundirá por buena parte de los países europeos conquistados por las tropas francesas.

Además, la revolución dejará como legado la existencia de la libertad de expresión y de la libertad religiosa y abrirá el camino a la separación Iglesia-Estado, requisito imprescindible para el buen funcionamiento de un régimen liberal o democrático.

Por tanto, la "herencia" de la revolución puede resumirse en el fin de los privilegios legales típicos del Antiguo Régimen, en la disminución del control de la sociedad por la Iglesia, en la existencia de unas leyes basadas en el principio de la igualdad de todos ante la ley y en el respeto de las llamadas libertades individuales.

Sin embargo, tras la revolución francesa, el llamado Antiguo Régimen está muy lejos de haber desaparecido. De hecho las potencias absolutistas parecen, en 1815 con la derrota de Napoleón, claros vencedores. Estas potencias firmarán acuerdos, como la llamada Santa Alianza, para defenderse de posibles nuevos brotes revolucionarios que cuestionen los fundamentos del Antiguo Régimen. A pesar de estos esfuerzos de las potencias absolutistas, las revoluciones liberales, que se reclaman hijas de la revolución francesa, se producirán y de una forma progresiva durante el siglo XIX conseguirán la instalación en varios países europeos de regímenes basados en muchos de los principios revolucionarios.


 



 

 

 


     

 

 

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