Las unificaciones de Italia y Alemania


UNIFICACIÒN DE ITALIA

SITUACION DE ITALIA ANTES DE LA UNIFICACION

El Congreso de Viena deja a Italia dividida en siete Estados; en el Norte el reino de Piamonte, engrandecido como estado tapón frente a Francia, y el reino lombardo véneto, bajo dominio austríaco; en el centro los ducados de Parma, Módena y Toscana, regidos por príncipes austríacos, y los Estados Pontificios con las Marcas; al Sur el reino de las Dos Sicilias, en cuyo trono se ha repuesto a los borbones. Son siete zonas diferentes no sólo política¬mente. El Piamonte se encuentra, en vísperas de la unificación, más indus¬trializado; exporta tejidos de seda y lino. Lombardía Veneto constituye otra zona industrial, con seda en Cremona, lana en Milán y cristal en Venecia, y agrícola, con vinos en su cresta apenínica y en el Véneto y Padua. Los Estados Pontificios separan eonómica, geográfica y políticamente la Italia del Norte de la del Sur, más pobre, menos poblada y desarrollada.
El obstáculo más importante para la unificación de este riosaico era la presencia austríaca, directa en el Norte y con una cuña de influencia en la península, por medio de la administración de los ducados. En otro sentido constituía un segundo obstáculo la presencia de los Estados Ponti¬ficios, donde el papa Pío IX identificaba nacionalismo y liberalismo, uno de los errores modernos condenados en los documentos pontificios. El motor de la unificación lo constituye el reino del Piamonte, engrandecido territorialmente con una fachada marítima desde 1815; posee la única dinastía de estirpe italiana, los Saboya; un ejército, no muy organizado en el reinado de Carlos Alberto, pero con posibilidades de modernización; una infraestructura de transportes y una Constitución liberal. Política¬mente pueden distinguirse en el Piamonte cuatro partes: Saboya, la zona más orientada hacia Francia, es el reducto conservador de la monarquía; Piamonte, con la capital Turín, el centro, en el que predominan los parti¬darios de la monarquía constitucional; Génova, capital de comerciantes, la avanzada republicana, la izquierda; Cerdeña, isla poco poblada y aislada, constituye un lastre, una zona apolítica. Las.disparidades políticas dentro de un estado pueden orientarnos sobre las grandes diferencias que existían en la concepción política de los diversos estados italianos. Alfredo Oriani (1892) puso de relieve esta diversidad; «La idea piamontesa no podía ser la idea italiana... debía convertirse en nacional y popular con Garibaldi, unitaria con Mazzini, monárquica con Cavour, más prudente con Víctor Manuel y más aventurera en Napoleón III.» Anzilotti, un discípulo del gran historiador Gaetano Salmevini, propuso, frente a su maestro, que hace de la burguesía piamontesa el eje de la unificación, el estudio de cada estado italiano porque cree que el movimiento nacionalista «Risorgimento» es una abstracción.
Granisci, lo mismo que Lefevbre para la Revolución Francesa, se esforzó en distinguir el papel de cada grupo social: aristócratas, burgueses, cam¬pesinos.
En los cursos que dedican las universidades de Turín y Roma al tema de la unificación, los grandes maestros, Franco Valsecchi y Ghisalberti, han vuelto a otorgar relieve a los aspectos intelectuales y diplomáticos; las ideas y el apoyo internacional juegan un papel clave en el proceso unificador.

LA CONCIENCIA UNIFICADORA

En la génesis de la conciencia nacionalista italiana confluyen un movi¬miento intelectual, unas necesidades económicas y la actividad política de algunas figuras relevantes.
Como en todos los movimientos nacionalistas, los escritores román¬ticos italianos ensalzan la idea de una patria italiana, en los versos de Leopardi o en las noyelas de Mqnzoni se recoge líricamente este sueño unitario. En 1843, Gioberti, en Del primado moral y civil de los italianos, sostiene la existencia de una raza italiana, unida por la sangre, la religión y el idioma, y propugna, en razón de los destinatarios de su obra, la aproxi¬mación de todos los italianos en torno al papa, mientras ocultaba sus más íntimos pensamientos, en los que recelaba de la política pontificia, como expone en obras posteriores. Al año siguiente de aparecer en Bruselas el apasionado llamamiento del abate Gioberti, Balbo dedica a éste su obra De la esperanza de Italia, en la que postula un estado federal, teniendo en cuenta la diversidad de las entidades políticas italianas. La obra de Silvio Pellico, Mis prisiones, contribuye a difundir un sentimiento antiaustríaco. Esta publicística de los años 40 perfila una situación muy diferente a la de los años 30, cuando pequeñas insurrecciones no encontraron eco popular por ausencia de una conciencia nacional.
Al lado de las ideas los intereses. Los comerciantes y fabricantes de los estados del norte son conscientes de la necesidad de la unidad, sin ella no puede articulárse un mercado de dimensiones nacionales ni construirse una infraestructura viariá. Incluso el protagonista de la unificación, Cavour, forja su concepción de una Italia unida tras un estudio sobre los ferrocarriles en Piamonte, en el que concluye su imposible rentabilidad de no articularse en una red más extensa. Algunos sectores sueñan con un «Zollverein italiano». Para un desarrollo de la economía la división política se ha convertido en un obstáculo más difícil de salvar que la triturada orografía de la península.
Las concepciones de los políticos van desde la realización nacional en torno al papa (la idea de Gioberti y los neogüelfos), o en torno a la casa de Saboya (Máximo d'Azzeglio), hasta la constitución de una República (Mazzini).
En Cavour se une su sentimiento monárquico, de apego a la monarquía piamontesa, con su conocimiento de la estructura económica de Italia; es, sin duda, la figura máxima del «Risorgimento» desde el punto de vista político. Ya durante su vida aparecieron varias biografías; disponemos de sus discursos parlamentarios, escritos personales y periódicos; han estu¬diado su personalidad italianos, como Bianchi, y extranjeros, como Treits¬cke; entre ellos se pueden encontrar apologistas, como Adolfo Omodeo, que le apellida «el más humano de los espíritus», e historiadores hostiles, como Mack Smith, que le considera carente de ideas políticas y presenta a Garibaldi como el héroe del «Risorgimento». Garibaldi es la contrafigura, el revolucionario de barricada, capaz de arrastrar a las masas con su oratoria apasionada, el defensor del carácter republicano del futuro estado italiano. Mazzini, el exiliado, el fundador de la República romana en la revolución de 1868, constituye la extrema izquierda de los políticos del «Risorgimento»; todavía en 1870 soñaba en encender la revolución en Sicilia, zona descontenta por su marginación y sus graves problemas económicos.
Aparte de esta constelación de políticos de tendencia dispar, ¿qué papel juega la monarquía saboyana? La figura de Carlos Alberto ha sido muy discutida, ha tratado de aclararse si fue un instrumento o un obstáculo para la unificación. Sabemos que deseaba realizar la unidad sin ayudas exteriores, «Italia fará da se». Conservamos su Diario, en cuyas páginas se puede comprobar su miedo a la revolución, su deseo de prohibir palabras como liberal o constitución, sus simpatías por los gobiernos conservadores, incluso por el austríaco. Es un hombre que desea realizar la revolución nacional sin una revolución liberal. Para la marcha del proceso unificador fue una fortuna su abdicación en su hijo Víctor Manuel, que sintonizaba mejor con el movimiento patriótico.
Sin duda el gran mérito de Cavour fue el de saber atraerse a fuerzas políticas tan dispares: el centro derecha de D'Azzeglio, el centro izquierda de Ratazzi; y posteriormente a los republicanos, el veneciano Manin, el lombardo Pallavicino, el siciliano La Farina.

FASES DE LA UNIFICACION

En la revolución de 1830 se puede comprobar la falta de un verdadero espíritu nacional entre los italianos, las pequeñas insurrecciones contra los soberanos no encuentran eco popular. Al año siguiente Mazzini funda la «Joven Italia». En 1847 Metternich ordena la ocupación de Ferrara por las tropas austríacas; Carlos Alberto puede argüir la defensa del papa, los austríacos se han convertido en enemigos.

La guerra de 1848

En marzo de 1848 el levantamiento de los milaneses contra los austríacos permite la intervención del ejército piamontés, dirigido por Carlos Alberto, en ayuda de sus compatriotas. En breves semanas se produce la unión del Piamonte, Lombardía y Venecia. Pero el ejército piamontés no posee prepa¬ración; una comisión investigadora posterior comprueba que los mandos superiores carecían de mapas de Lombardía, no habían estudiado las forti¬ficaciones austríacas, se disponía de escasos víveres y equipo médico, y de pocos caballos para el arrastre de la artillería. Y, por otra parte, el general austríaco Radetzky, conocedor de la doctrina napoleónica de la concentra¬ción de fuerzas y la rapidez, demuestra ser un gran militar. Primero en Custozza, más tarde en Novara, el ejército piamontés es destrozado.
Mientras, se ha producido una revolución en Roma, que Obliga a huir al papa Pío IX, y Mazzini proclama la República. Tropas francesas ocupan la capital y en 1850 puede regresar el pontífice, quien inicia una política conservadora, asustadiza frente al movimiento italiano, como ha puesto de relieve el estudio clásico de Aubert sobre el pontificado de Pío IX. Al pedirle Víctor Manuel II, que ha sustituido a su padre en el trono piamontés, que le conceda el gobierno efectivo de Las Marcas, permaneciendo el papa como soberano nominal, y que otorgue a los ciudadanos de Roma los mismos derechos que disfrutan los del Piamonte, el papa se opone. Más tarde, en la encíclica Nullus certi (1860) denunciará «los aten¬tados sacrílegos cometidos contra la soberanía de la iglesia romana».
El 48 se cierra con un fracaso para las aspiraciones de los nacionalistas. Cavour, consciente de la necesidad de apoyo de una potencia extranjera, determina la intervención del Piamonte en la guerra de Crimea.

Guerra de la Lombardía (1859)

En la entrevista secreta de Plombiéres entre Napoleón III y Cavour se acuerda el apoyo francés a la unificación de Italia. Desde el punto de vista militar, ha señalado Liddell Hart una extraordinaria movilidad de las tropas piamontesas en la guerra que estalla en 1859, lo cual demuestra una modernización de la red de transportes y una conciencia más progresiva de la ciencia militar en los italianos. En Magenta y Solferino son vencidas las tropas austríacas, que pierden Lombardía. Pero antes de ser ocupado el Véneto Napoleón III firma el armisticio de Vilafranca con Austria, sin conocimiento de los italianos. Esta extraña reacción del empe¬rador francés ha intentado ser explicada de diversas maneras; por sentimientos humanitarios, ante el alto número de víctimas de las batallas; por presión de los católicos franceses, que ven peligrar el poder temporal del
papa; por un avance de las tropas prusianas hacia el Rin. En cualquier caso es una más de las imprevisibles reacciones de un monarca titubeante, que provoca, en esta ocasión, la desesperación de Cavour y el odio de los italianos hacia un aliado que les ha abandonado en el momento crítico.

Las incorporaciones de 1860

Cavour promueve en La Romaña y la parte Norte de los Estados Ponti
ficios (Las Marcas y La Umbría), movimientos populares, que solicitan la incorporación al nuevo reino del Piamonte Lombardía. Para orillar la oposi¬ción francesa Cavour entrega a Francia Saboya y Niza, prometidas en Plombiéres. Varios plebiscitos en los ducados de Parma, Módena y Toscana suponen la eliminación de la influencia austríaca en la península y el incre¬mento territorial del nuevo reino.
Garibaldi es el protagonista de la unificación del Sur. Con un ejército de filibusteros, los «mil camisas rojas», sale de Génova, desembarca en Si¬cilia, ocupa Palermo, y poco más tarde Nápoles, de donde expulsa a los borbones.
En 1861 se convoca en Turín un parlamento de toda Italia. En ese año muere'Cavour. Todavía faltaba para la Italia unida expulsar a los austríacos de Venecia y completar la incorporación de los Estados Pontificios con Roma.

Las últimas anexiones

Cuando estalla en 1866 la guerra entre Prusia y Austria os italianos aprovechan para abrir un frente en el Sur. En el conflicto nterviene no ya el ejército piamontés sino el ejército italiano, que posee e cuadra y unas dimensiones mayores. Sin embargo es derrotado por lo austríacos en Custozza y en la batalla naval de Lissa. No tienen estos tropiezos reflejo en la guerra; el triunfo prusiano provoca la entrega de Venecia al reino de Italia.
Sólo Roma, en donde había una guarnición francesa para apoyar al papa, no estaba integrada en el reino de Italia. Al estallar la guerra entre Francia y Prusia, en 1870, las puertas de Roma se abren para los italianos.
La unificación provoca inmediatos efectos positivos: unidad del sistema arancelario, del código penal, de la moneda. Pero también tiene una vertiente negativa. El Sur está más atrasado y la política se dirige desde el Norte. Al ponerse en contacto dos zonas de diferente grado de desarrollo la más atrasada se deprime todavía más y se convierte en simple proveedora de mano de obra; es el problema eterno del Sur italiano. La unificación polí¬tica no supo soldar económicamente a las dos Italias.

UNIFICACIÓN DE ALEMANIA

RAICES DE LA UNIFICACION

En 1815 la confederación germánica queda formada por 39 estados, de los cuales dos, Austria y Prusia, aparecen como los más poderosos. Les siguen en importancia cuatro reinos: Baviera, Wurtemberg, Hannover y Sajonia. Una dieta federal, presidida por el emperador de Austria, es el único órgano comunitario. Austria se esfuerza por mantener el «status», que la beneficia y le permite mantener un imperio multinacional con Hungría, Bohemia y territorios en Italia. El sentimiento unitario se apoya en raíces económicas e intelectuales.

Raíces económicas

En 1834 se constituye el «Zollverein», unión aduanera de los Estados del Norte de Alemania, con territorios en los que viven 26 millones de habi¬tantes, aunque faltan los estados del Noroeste y las ciudades comerciales de La Hansa. Esta unión aduanera es considerada como el primer paso unificador; Prusia se hace con la hegemonía, la población de la zona aumenta rápidamente, se industrializa el Ruhr, los fabricantes comprueban las ventajas de unificación. Austria mira con recelo el ascenso del papel prusiano y suscita un órgano rival, la Unión Tributaria, que no consigue convertirse en competencia peligrosa para los mercados del «Zollverein».
En 1835 se inaugura la línea férrea Nühremberg Fürth; en pocos años una red ferroviaria enlaza los territorios del norte alemán; al no reparar en los obstáculos líticos de las fronteras estatales, el ferrocarril contribuye a la unificación con tanta fuerza como las arengas de los filósofos.
La historiografía sobre la unificación de Alemania ha ido concediendo creciente importancia a estos factores económicos; desde la obra de Benaerts sobre los orígenes de la industria alemana, publicada en 1833, hasta la de Boehme, publicada en 1966, se ha ido clarificando el papel que han jugado los medios de la industria y el comercio con su librecambismo, barredor de todo impedimento para el libre tráfico. Esta óptica ha desplazado a la tradicional, representada por Treitschke, que consideraba la unidad alemana como un capítulo de la vida de Bismarck.

Raíces intelectuales

A partir de los Discursos a la nación alemana de Fichte, los filósofos no dejan de reflexionar sobre el concepto. Los jóvenes hegelianos en 1848 echan mano de las ideas de Hegel y de los filósofos románticos para enarbolar la bandera de Alemania. El historiador Ranke y Droysen buscan en el pasado recuerdos que fundamenten un futuro unitario. El poeta Heine pone su producción al servicio de la exaltación de su patria; Herwegt, en una explosión de nacionalismo, exclama: «Tú eres el pueblo en quien confía el mundo... tú sabes conquistar la tierra.»
En las universidades, estudiantes y profesores hablan de Alemania y de los modelos políticos que eventualmente puede adoptar: los conserva¬dores prefieren una confederación que respete los derechos de los soberanos; los liberales un estado federal con un emperador a su cabeza y dinastías en cada estado, con sus poderes recortados; los demócratas desean barrer los vestigios de la vieja Alemania. Un periódico de Mannheim, el «Deutsche Zeitung», se dirige a toda la nación alemana.
Hemos estudiado ya las repercusiones de las revoluciones de 1830 y 1848 en Alemania. El 48 deja, a pesar de su fracaso, una huella intensa en la vida alemana:
Recelos de los soberanos. En Prusia el viraje conservador tras la disolución de la Asamblea hace perder al rey el favor popular. Los reyes temen la aparición de constituciones, los pueblos las desean.
Fricciones entre Austria y Prusia, más violentas que tras la constitución del Zollverein. La rivalidad se hace más enconada cuando los soberanos de Hesse piden ayuda contra la presión de sus súbditos. Por Hesse pasaban las vías de comunicación de Prusia con sus territorios del Rhin, por lo que ésta apoya las peticiones de reforma populares mientras Austria apoya a los soberanos. Prusia ha de dar marcha atrás, es la humillación de Olmútz, que deja e los prusianos un deseo de revancha.
Divisiones internas entre conservadores y liberales sta polarización desplaza a los liberales hacia posiciones cada vez más exigentes.
Un movimiento, la «Nationalverein» (Asociación Nacional) fomenta el caudillaje de Prusia en una Alemania unida.

LA FIGURA DE BISMARCK

Bismarck llena por sí solo un período de la historia de su país y de Europa; se ha hablado, se habla, de la era de Bismarck. Sus biógrafos nos recuerdan su corpulencia de gigante y su inmensa resistencia física. Se ha dicho que con él comienza una etapa caracterizada por la «primacía de la fuerza», pero Benedetto Croce ha subrayado que más bien es una mezcla de la política antigua, fuerza y autoridad, con las conquistas liberales en economía y técnica. El más conocido de sus biógrafos, Eyck, ha llegado a concluir que en Bismarck no hay pensamiento político sino objetivos inmediatos, aserción que ha sido criticada por otros historiadores. Se ha intentado demostrar que siempre pensó más en Prusia que en Alemania (Schriabel); se ha hablado de su bonapartismo (Gollwitzer) pero otros auto¬res han señalado sus profundas diferencias con Napoleón III, ya que poseyó autoridad pero no pensó nunca en reforzarla con el apoyo popular, con un sistema plebiscitario (Allan Mitchel). Windelband le ha presentado como un «gran arquitecto de la paz», pero Lange ha subrayado que se trata de una paz armada.
Divinizado por los historiadores alemanes, falta todavía sobre su figura la obra definitiva, que explique las contradicciones, que permita ' encontrar una base a las discusiones que ha suscitado. Lo indudable es su genio político, puesto primero al servicio de la primacía de Prusia, más tarde a la consecución de la unificación de Alemania, luego al servicio de una Alemania entera, para implantar un nuevo sistema de equilibrio europeo, que, a diferencia del directorio del Congreso de Viena, supone la existencia de bloques que se contrapesan.
La primera aportación de Bismarck a la unificación es su éxito en el aislamiento de Austria. Utilizando su pasado diplomático de embajador en San Petersburgo, consigue atraerse al zar ruso, separando de esta manera a las dos potencias sobre cuyo entendimiento se había mantenido vivo el espíritu de la Santa Alianza.

EL INICIO DE LA UNIFICACION

Guerra de los ducados

Los ducados del sur de Dinamarca, Schleswig, Holstein y Lauenburgo, excepto en su zona limítrofe con el estado danés, eran de población ale¬mana, pero estaban gobernados por los príncipes daneses. En 1815 se había confiado al rey de Dinamarca la administración de los tres ducados. Pronto se planteó el problema sucesorio. El rey Federico VII no tenía hijos; su heredero, Cristián de Gluksburgo, era primo suyo por línea femenina; en Dinamarca se aceptaba esta línea pero no en los ducados, donde existía la ley sálica, y, en consecuencia, los derechos pasaban al príncipe alemán Frederick de Augustemburgo. Era la ocasión propicia para que los parti¬darios de la unión de los ducados a Alemania planteasen la cuestión.

Bismarck movió las piezas con una maestría insuperable. Afrontaba un peligro internacional, pues la incorporación de los ducados a Alemania suponía una alteración del estatuto territorial del Congreso de Viena. Para la empresa necesitaba el apoyo austríaco y vencer la resistencia interior en Prusia, donde se negaron los fondos para las operaciones. En noviembre de 1863 muere el monarca danés; un ejército prusiano austríaco invade los ducados. Schleswig y el puerto de Kiel quedan bajo administración pru¬siana y el Holstein bajo administración austríaca. La rivalidad entre las dos grandes potencias se hace pronto evidente.

Guerra austro prusiana (1866)

Prusia procura colocar en mala posición diplomática a Austria dentro de Alemania. Su propaganda nacional no puede ser suscrita por Austria, que todavía sueña con impedir la unificación. El «Zollverein» ha creado unos intereses materiales comunes: ferrocarril, equipo mecanizado; Bismarck, para presionar a algunos estados, llegó a amenazar con la supresión del «zollverein». La propuesta prusiana de instalar un Parlamento alemán al que se acceda por sufragio universal es otro paso que Austria no puede compartir, con su régimen imperial y aristocrático.
En el orden internacional la diplomacia bismarckiana supo moverse con la misma precisión. Rusia prefiere, en caso de guerra, el triunfo pru¬siano, porque tiene planteado el conflicto en el espacio balcánico con Austria; la Francia de Napoleón III también desea la derrota austríaca, para que culmine la unificación de Italia. Finalmente el apoyo italiano permite abrir un segundo frente, por el sur, que distrae tropas austríacas y otorga cierta solidaridad internacional hacia los prusianos.
La guerra es muy corta. Los prusianos se despliegan en la ruta de Berlín a Praga. El superior desarrollo de la red de comunicaciones prusiana les concede una mayor velocidad de desplazamiento hacia el frente. El fusil de retrocarga frente al fusil de carga delantera es otra ventaja para las tropas bien adiestradas por Moltke. En la batalla de Sadowa, con gran sorpresa para las potencias europeas, se derrumba el ejército austríago.

LA GUERRA FRANCO PRUSIANA DE 1870

Una nueva guerra, ahora con Francia, permite la consumación de la unificación. En el conflicto Prusia tiene ventajas diplomáticas, porque Napo¬león III carece de aliados, superioridad militar, y mayor cohesión interior, ya que en el régimen del segundo imperio ha ido creciendo la oposición.
La candidatura Hohenzollern al trono español es el pretexto. Ante la protesta francesa, que está dispuesta a impedir que un alemán ocupe el trono de España, el monarca prusiano retira la candidatura Hohenzollern, pero los franceses cometen el error diplomático de insistir en que se com¬prometan en lo sucesivo a no tolerar otro candidato alemán. Es una torpeza del ministro de Asuntos Exteriores francés, Gramont. El rey prusiano estaba en el balneario de Ems; con un telegrama se notifica a Bismarck la presión francesa. Bismarck resume el telegrama para entregarlo a la prensa; esta versión, hábilmente deformada por el canciller, convierte el intercambio de notas en un enredo de ultimátums. El famoso telegrama de Ems provoca la guerra del 70.
París declara la guerra a Berlín el 19 de julio. La superioridad prusiana es total, mayor rapidez, más ferrocarriles, más hombres en el frente (en pocos días 440.000 soldados prusianos frente a 300.000 franceses), más artillería. En Sedan y Metz quedan destrozados los dos ejércitos franceses de Mac Mahon y Bazaine. Con la derrota se hunde el segundo imperio francés; con la victoria Prusia convierte a la constelación de estados alemanes en una unidad política.




 

 

 


     

 

 

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